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Sin ética financiera, todo lo demás no se justifica

Cada día toma mayor fuerza la necesidad de reorientar -en los casos que se requiera- el funcionamiento de las organizaciones de los diferentes sectores de actividad económica -uno de ellos el sector que provee servicios financieros- hacia modelos de gestión soportados en la definición y puesta en práctica de valores cuyo eje central sea el comportamiento ético hacia adentro y hacia afuera de la organización. Sobre este punto es importante recordar las palabras del Premio Nobel de Economía (1998) Amartya Sen -en su libro Sobre ética y economía- en las que hace ver la urgencia de reencauzar a la economía hacia su origen, siendo su origen, de acuerdo a los filósofos griegos, la ética, es decir, como Aristóteles lo plantea -al referirse a la ética- a esa forma de pensar y actuar en pro de la búsqueda de hacer el bien a los demás.

En definitiva, lo que se busca -con el planteamiento anterior- son estilos administrativos soportados -como sus cimientos- en la práctica de valores que, al final, producto de su acción se convierten en virtudes organizacionales que, pensando en el largo plazo, son las percepciones que conducirán a una organización, en este caso del sector financiero, a ser reconocida como un actor preocupado por cómo contribuir al mejoramiento de las condiciones de la sociedad en la que opera y, así, sostenerse en el tiempo -gracias al reconocimiento social generado- como una buena práctica que responde, al mismo tiempo, a las exigencias sociales, económicas y medioambientales de un mundo cada día más complejo y demandante de soluciones que vuelvan al planeta Tierra -pensando en las futuras generaciones- en un sitio en donde, el ser humano en interacción con los demás seres vivos, puedan habitar en condiciones favorables para su supervivencia futura.

El desafío está planteado y, precisamente, el sector financiero es un campo en donde se puede trabajar hacia la consolidación de organizaciones que transciendan y se mantengan en el tiempo como espacios del quehacer social orientados a servir a través de una oferta trasparente -no engañosa-, justa y responsable de productos ajustados a las reales necesidades de los clientes actuales y futuros; en donde, precisamente, el sector de la micro, pequeña y mediana empresa (MIPYME) y de la economía popular y solidaria (EPS) -como demandantes de servicios financieros dirigidos a su fortalecimiento productivo- esperan ser atendidos de forma eficiente, innovadora, inclusiva y, sobre todo, ética; por parte de los distintos operadores financieros especializados  y, así, con ese servicio recibido, generar capacidades que les permitan contribuir, de forma directa, al proceso de transformación productiva con equidad social que, de manera permanente, esperan alcanzar países como el Ecuador.

El momento que una organización del sector financiero actúa sobre la base de principios éticos, todos los demás espacios de su accionar organizacional toman fuerza y le dan sentido a su razón de ser. De ahí que, sin ética, todo lo demás -innovación, eficiencia, inclusión financiera-  no se justifica; topando, así, espacios sensibles del accionar de ciertas organizaciones que, por ejemplo, dicen -solo en el discurso- que son responsables socialmente o que, ahora, están alineadas con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); cuando en realidad lo que hacen es tomar el alineamiento con estos desafíos de comportamiento ético, solamente, como banderas publicitarias que, al analizarlas de manera detenida -en cuanto a su cumplimiento real-, están llenas de incoherencias entre lo que se dice y lo que realmente se está haciendo. Este tipo de prácticas poco sinceras -desde la óptica de la trascendencia organizacional futura- son las que, con el pasar del tiempo, llevan a que las organizaciones tambaleen o desaparezcan, ya que, tarde o temprano, los actores involucrados en el funcionamiento sectorial -dentro de los cuales están, principalmente, los clientes de los productos ofertados- se tienden a dar cuenta, por diferentes vías, de que lo que se les ofreció fue diferente a lo realmente recibido.

Dr. Wilson Araque Jaramillo, PhD

Presidente de la RFD